Hay a quien el otoño le puede parecer una estación gris, melancólica e incluso algo triste. A mi no. Es más, lo echo de menos. O al menos echo de menos el otoño como lo viví siempre,
el de toda la vida.
Soy de los que le gusta el cambio de estaciones. Necesito el cambio de estaciones. Y me gusta el otoño. Bajan las temperaturas, los bosques se tiñen de ocres, amarillos, rojos y dorados. Las castañas asadas. Las lluvias. La chimenea encendida de nuevo... Y las hojas acaban por caerse indicando que el invierno y la nieve no tardarán en llegar.
Aquí, sin embargo, no se caen la hojas y la nieve no llega nunca. Es verdad que ni el verano es tan verano, ni el invierno es tan invierno. El mar suaviza mucho las temperaturas y las transiciones son menos bruscas. Sin embargo en El Estrecho tienen cita una serie de acontecimientos, muchos de ellos relacionados con las aves, síntomas de que el otoño ya está aquí, y si les prestamos la adecuada atención, realmente pueden llegar a ser fascinantes.
A finales del mes de julio y durante todo el mes de agosto ya tiene lugar el primer preaviso. Decenas de miles de cigüeñas blancas y de milanos negros comienzan a marcar el ritmo de los pasos migratorios a través del estrecho. Todo un ESPECTÁCULO (con mayúsculas). Enormes bandos de miles de individuos sobre la playa de Los Lances o Bolonia, autopistas -literalmente- de aves, nos indican que la migración de las planeadoras ya está calentando motores y pone sobreaviso a todos los aficionados a la ornitología, indicándonos que la transición del verano al otoño está próxima, y como siempre por esas fechas, este espectacular fenómeno reunirá a cientos de observadores en la comarca para disfrutar de los pasos migratorios.
Pasarán los abejeros, los alimoches, las calzadas y las culebreras, las cigüeñas negras y los gavilanes. Cada especie con sus ritmos. Algunas más tempraneras, otras más tardías. Y para cuando queramos darnos cuenta, la primera tanda de lluvias, retazos de la gota fría proviniente del Mediterráneo, ya habrán caido anunciando la entrada del otoño. Las temperaturas habrán bajado ligeramente, octubre estará ya a las puertas y la migración estará dando sus últimos coletazos.
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Diferentes migrantes o dispersantes fotografiados en el área de El Estrecho. |
Sin embargo estos no serán los únicos movimientos que nos marcan el advenimiento de esta estación.
En las sierras y valles litorales de El Estrecho comienzan a verse con cierta regularidad ejemplares de las grandes águilas que habitan en la Península. Perdiceras, imperiales y en menor medida reales, muchísimo más escasas en otras épocas del año. Juveniles que tras abandonar los territorios de sus progenitores se aventuran a conocer mundo, para acabar estableciendo el suyo propio.
Igualmente, la presencia de los buitres se hace poco a poco más patente con la llegada de los primeros dispersantes que se acercan hasta acá para acabar "saltando" al continente africano, y con ellos, ya un habitual por estas fechas comienza a dejarse ver. El buitre de Rüppell, una especie africana muy similar al buitre leonado que cada vez es más común observar por estos lares.
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Buitre leonado fotografiado al posarse junto con otros individuos sobre unas rocas para secar sus plumas tras un día de lluvia |
Entra el mes de octubre y si bien aún se puede disfrutar de algún que otro día de playa, este es un hecho cada vez más aislado. Las temperaturas han bajado ligeramente y el sol ya no calienta como meses atrás. Los altos de El Cabrito, El Tajo de las Escobas o la sierra de Enmedio pasan a permanecer de forma muy habitual cubiertos por las nubes, reverdeciendo el bosque de alcornoques gracias a la condensación de la humedad y favoreciendo, junto con las primeras lluvias ya caídas, la aparición de las primeras setas.
La migración de las rapaces está tocando a su fin, pero estamos ahora en el punto álgido de otra migración que a mi personalmente me gusta casi más que la de las grandes aves, la de los pajarillos chicos. A diferencia de las rapaces y otras aves planeadoras que dependen mucho más del viento y las corrientes de aire para su vuelo (de ahí su nombre), los paseriformes tienen una capacidad de vuelo muy superior, llegando a cruzar océanos enteros sin detenerse. Es por esto que aquellas concentran su paso hacia el continente africano en la franja de mar más estrecha que queda, mientras que éstas no precisan cruzar por El Estrecho y pueden verse a lo largo de todo el litoral, a pesar de lo cual, en Tarifa tenemos la suerte de poder obervar puntualmente determinadas especies que ni se reproducen ni invernan en la región.
Es el caso de especies como la tarabilla norteña, el colirrojo real o el papamoscas cerrojillo, que crían habitualmente en el centro-norte penínsular e invernan en África, dejándose ver por aquí exclusivamente durante los pasos. O de las collalbas y las lavanderas boyeras, que criando en gran parte de la Península, se dejan ver ahora en números muy superiores.
Y es que al final, aunque aquí no se caigan las hojas, la llegada del otoño también viene anunciada por una serie de fenómenos que bien merece la pena disfrutar.
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Macho de collalba gris, ya con el plumaje otoñal prácticamente completo, durante su migración hacia África. |
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Tarabilla norteña, especie reproductora en la cornisa cantábrica, durante la migración postnupcial, a su paso por Tarifa. |
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Collalba gris -hembra/juvenil- fotografiado en Tarifa durante la migración postnupcial. |